NECESITAMOS MAESTROS
Por: Antonio Pérez Esclarín
(pesclarin@gmail.com)
El problema educativo es
tan serio y tan grave, que no podemos darnos el lujo de prescindir de nadie.
Todos somos necesarios para resolverlo. Pero deben ser los educadores los
protagonistas de los cambios educativos necesarios. Hoy todo el mundo está de
acuerdo en que, si queremos una educación de calidad, necesitamos educadores de
calidad, capaces de liderar las transformaciones necesarias.
Necesitamos, en
definitiva, MAESTROS. Tenemos muchos licenciados, profesores y hasta magisters
y doctores, pero escasean cada vez más los maestros: hombres y mujeres que
encarnan estilos de vida, ideales, modos de realización humana. Personas
orgullosas y felices de ser maestros, que asumen su profesión como una tarea
humanizadora, vivificante, como un proceso de desinstalación y de ruptura con
las prácticas rutinarias. Que buscan la formación continua ya no para acaparar
títulos, credenciales y diplomas, y de esta forma creerse superiores, sino para
servir cada vez mejor a los alumnos.
Maestros que ayudan a
buscar conocimientos sin imponerlos, que guían las mentes sin moldearlas, que
facilitan una relación progresiva con la verdad y viven su tarea como una aventura
humanizadora en colaboración con otros. Maestros comprometidos con revitalizar
la sociedad, empeñados en superar mediante la educación la actual crisis de
civilización y la crisis de país que estamos sufriendo, capaces de reflexionar
y de aprender permanentemente de su hacer pedagógico, y que se responsabilizan
por los resultados de su trabajo.
Si ninguna otra profesión tiene, a la larga,
consecuencias tan importantes para el futuro de la humanidad como la profesión
de maestro, la sociedad debería abocarse a considerar esta profesión de un modo
tan especial que los mejores ciudadanos la sintieran atractiva. Resulta muy incoherente
alabar en teoría la labor de los maestros y maltratarlos en la práctica. La
sociedad exige mucho a los maestros y les da muy poco.
Todo el mundo desearía el
mejor maestro para sus hijos, pero muy pocos quieren que sus hijos sean
maestros, lo que evidencia la contradicción que reconoce por un lado la
importancia transcendental de los maestros, pero por el otro, los desvaloriza y
los trata como a profesionales de segunda o tercera categoría. Si queremos que
la educación contribuya a acabar con la pobreza, primero debemos acabar con la pobreza
de la educación y con la pobreza de los educadores. Junto a una justa remuneración, deben emprenderse profundos
cambios en los procesos de formación de los educadores.
www.antonioperezesclarin.com
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