EL LÍDER ¿NACE O SE HACE?
La clásica pregunta que la gente se hace en torno
al liderazgo es ésta: el líder,
¿nace o se hace? Puede que al plantearse la pregunta, flote en el
ambiente la idea de un liderazgo carismático, unido al poder, a la sangre o a
factores de otro orden (religiosos, familiares, etc.)
En algunos casos incluso puede tratarse de hijos de líderes famosos, que
en alguna forma podría afirmarse que han heredado de sus padres esa condición
o, al menos, esa inclinación que puede convertirse en vocación para ellos.
Sinceramente pienso que son casos minoritarios en torno a los cuales, sobre
todo hoy en día, no cabría apoyarse la tesis de un liderazgo hereditario
como tesis dominante a la hora de explicar el fenómeno.
Los líderes en el
sentido tradicional del término saltan desde la mente sin dificultad porque son
sinónimo de grandes hombres (Alejandro Magno, Julio César, Gandhi, etc.)
Más recientemente podríamos decir Einstein, John F. Kennedy, Juan Pablo II, Gorbachov,
la Madre Teresa de Calcuta, Walea, Mandela, o unos cuantos grandes generales,
deportistas o científicos. Figuras de primer orden que ha ejercido una
influencia notoria como forjadores de la sociedad actual.
No ponemos en esa categoría personajes como Hitler, que pueden
representar un tipo de liderazgo a nuestro modo de ver deficiente en un aspecto
fundamental que son los valores, lo cual de por sí lo reduce a una influencia
carismática pero manipuladora sobre las masas. Digamos que es el liderazgo o mal
llamado liderazgo de ese tipo de hombres excepcionales en su capacidad
para el mal.
Sin entrar a discutir este tipo de liderazgo, cabría afirmar que no es
el que primariamente nos interesa cuando tratamos de responder a la pregunta si
el líder nace o se hace. No estamos averiguando por los líderes que nacen o
que heredan esas características, ni aquellos que por su
grandeza han ejercido una particular influencia en las colectividades. Nos
parece que encarna un tipo de liderazgo muy digno de ser tenido en
cuenta.
Pero aquí nos preguntamos más bien
por un liderazgo que tiene que ver con el grupo humano que rodea al líder, con
la comunidad en la que ejerce su influencia. Entonces la superficie para
encontrar esos líderes, se torno más amplia, porque no necesariamente se está
pensando en grandes personales de la historia o del acontecer mundial.
Para responder si el líder nace o se
hace quisiéramos preguntarnos por un liderazgo que dependa más del efecto del
líder en los seguidores que de la personalidad misma del líder o de sus
condiciones excepcionales, sin que éstas dejen de ser importantes a la hora de
considerar su actuación frente al grupo de que se trata.
Con esa idea delante,
entonces la respuesta más pertinente a esa pregunta es que el
líder no nace sino que se hace. Eso quiere decir que estamos hablando
de un liderazgo accesible a muchas personas, no reservado a una élite o
a una minoría, ni a los grandes personajes a los que antes nos referimos.
Es un liderazgo
que se asume, que resulta o que aparece en la vida de muchas personas: en
la empresa, en la familia, en la escuela, en la universidad, en la iglesia, en
el gobierno, en la política. Puede tratarse incluso de un liderazgo
situacional, ligado a unas circunstancias determinadas y a un tipo de
relaciones.
Digamos que hay líderes que no sólo
no nacen, sino que no necesariamente se hacen, como fruto de un proceso
deliberado de construcción del liderazgo, sino que surgen y crecen en ciertos ambientes.
Pero sí hay otros que se lo proponen explícitamente y se hacen líderes en
virtud de las responsabilidades que asumen y de la influencia que llegan a
ejercer sobre los demás por la ejemplaridad en su conducta y por su capacidad
de arrastre y de ayuda para conseguir determinados objetivos.
Son los líderes a los que
corresponde la afirmación que hace Toynbee: Aquellas personalidades
creadoras que dan siempre respuestas exitosas a los desafíos del medio y que en
razón de su integridad y de su compromiso con el grupo son libremente seguidos
por la mayoría. Nos parece que esta definición encarna de una manera
bastante aproximada la esencia del liderazgo, sin encorsetarlo en fórmulas
psicológicas.
Dentro de la tesis de que el
líder se hace cabe más una concepción democratizante y participativa
del liderazgo que una elitista. Y tiene que ver más con un liderazgo que delega
en el grupo la posibilidad de tomar las decisiones (liderazgo democrático) que
con un liderazgo autoritario (que toma las decisiones unilateralmente o que se
sirve del grupo como una disculpa para aparentar la participación).
Un aspecto que debemos destacar en
esta consideración del liderazgo como algo que se hace es la
comprensión del mismo proveniente desde el ámbito de la empresa. Esta ha
asumido desde hace varias décadas u n liderazgo social bastante significativo.
Y no resultad nada extraño que se haya preocupado del tema del liderazgo como
de un tema de gran importancia, hasta el punto de que los grandes teóricos del
mismo están ligados con ese mundo (Kotter, Heiftz, Drucker.)
El liderazgo gerencial ha
relacionado, inicialmente, más con la transmisión y la influencia acerca de la
Visión y la Misión de la empresa y con el señalamiento de objetivos y metas
(liderazgo estratégico), y con la comunicación, el apoyo y la recompensa al
trabajo de la gente.
Con Stephen Covey
surge en 1990 la idea del liderazgo centrado en principios, en la que el líder
ve su vida como una aventura dirigida en forma equilibrada, más centrada en el
carácter que en los rasgos psicológicos de personalidad, líderes que apoyan su
acción más en principios (inmnutables) y en valores (cambiantes), que están en
actitud permanente de aprendizaje, de vocación hacia el servicio, que irradian
energía positiva, credibilidad y sinergia en el grupo, además de estar
autoevaluándose permanentemente.
Podemos entonces, ya
en este terreno, hablar del líder que se hace porque hay en él
un proceso formativo y un proceso de acción, que lo llevan desde la motivación
(la razón por la cual es impulsado a actuar, especialmente si es de tipo
trascendente: el servicio a los demás), hasta la actuación, previo unas
capacidades intelectuales, emocionales, y productivas, administrativas,
gerenciales y directivas y unas habilidades personales de comunicación y
manejo de los grupos, de trabajo en equipo de administración del tiempo o
negociación.
Es un liderazgo que impulsa la visión, promueve el
cambio, genera compromiso y credibilidad, fija metas, da recompensas, establece
sanciones, delega responsabilidades, produce resultados, ofrece ejemplaridad en
los valores, asume riesgos y consigue seguidores.
No resulta, pues, exagerado, hablar
propiamente de la construcción del liderazgo en las personas como un proceso
que, basado en determinadas oportunidades, permite el desarrollo de
capacidades, habilidades y hábitos que permiten actitudes y virtudes estables y
que configuran lo que podemos denominar liderazgo: la capacidad de asumir la
responsabilidad de conducir a otros al logro de sus objetivos personales y
sociales.
Un proceso de
construcción es una tarea progresiva que parte de unas bases, que apunta a unos
objetivos y que se puede evaluar permanentemente. Hay que partir de unas
oportunidades de manifestar ese liderazgo, unas capacidades de encarnarlo, una
necesidades sociales de manifestarlo, y un grupo humano en el cual expresarlo.
Un carácter definido, una
personalidad lograda, un esfuerzo que se convierte poco a poco en hábito
constante, ponen a una persona en camino de potenciar sus capacidades de
liderazgo.
Las oportunidades permiten que
surjan los líderes. A veces un gran vacío en la familia, en un grupo intermedio
o en un medio empresarial, son la oportunidad óptima para que alguien en el que
no se había pensado para que asumiera esas responsabilidades, está en condición
de hacerlo porque se ha presentado la ocasión.
Ahí es cuando la persona necesita
ese empujón para que demuestre que si es capaz de asumir ese papel.
La construcción arranca, como afirma Drucker, no
con la pregunta qué es lo que quiero sino qué es lo qué
debo hacer para cambiar la situación. La diferencia entre un líder y
un gerente es que el gerente hace lo que debe hacer según la
organización y el líder hace lo que toca para que
las cosas marchen.
Y la construcción es construcción de
lo que –siguiendo a Drucker— son los cuatro pilares básicos del liderazgo: tener
seguidores, porque se influye en personas concretas, que hacen lo
que deben hacer, y el líder les da ejemplo para que lo
haga, y obra con responsabilidad.
El liderazgo, bien lo reafirma Drucker no es
popularidad, ni rango, ni privilegio. Es ante todo responsabilidad. Y yo
añadiría, entendida ella como capacidad de dar respuestas adecuadas a las
necesidades del medio.
El liderazgo es construcción porque
exige estructurar la persona de tal manera que aparte de su conducta aquellos
comportamientos que estorban su acción con los demás, especialmente en las
relaciones interpersonales.
Si el líder es el hombre de la
visión, tiene que estar en capacidad de ver más allá de lo corriente, de
trascender con su conocimiento y su pensamiento para poder impulsar la
organización hacia el sueño colectivo y para hacer que se cumpla la misión.
No es una construcción hecha de simples habilidades
para comunicarse o para persuadir. Es ante todo, desarrollo de hábitos
estables, de valores y virtudes que le dan coherencia de vida, consistencia de
actuación, entusiasmo por la tarea y una confianza en los demás que genera credibilidad,
optimismo e iniciativa.
El liderazgo de que hablamos y cuya
impronta se lleva en el espíritu no es un privilegio o una posición de
prepotencia frente a los demás. Es una visión esperanzada a la que corresponde
una misión que no es otra cosa que la responsabilidad de construir el futuro
con las propias manos.
El líder de que hablamos lo es en
cuanto produce resultados, consigue adhesiones libres e influye en sus
seguidores, que ven en él un ejemplo y una ayuda para conseguir sus objetivos.
Es líder porque genera credibilidad.
Precisamente el vacío actual de liderazgo está marcado profundamente por la
falta de credibilidad de la gente en el gobierno, en el Estado, en los políticos
y en la clase dirigente en general. El líder hace-hacer, y ofrece
respuestas distintas de lo rutinario, muchas veces fuera de los ámbitos del
poder porque demuestra autoridad moral.
El Espíritu de Liderazgo nace desde
dentro y desde ahí desencadena las acciones de servicio que se traducen en
resultados. Es, más propiamente hablando, un autoliderazgo. Ser
actor del cambio conduce al líder al compromiso y al logro de objetivos.
La palanca del gran cambio es su
voluntad, un querer firme que se afirma en el presente mediante la toma de
decisiones acertadas y en el futuro en forma de propósitos realizables.
Sólo la
fidelidad a los principios le inspira la acertada elección de los medios y la no confusión de éstos con los auténticos fines.
Este Liderazgo implica
visión del futuro, dar alas a la esperanza para llegar muy lejos, pero también
valores personales acendrados en la propia lucha diaria por sacar adelante el
proyecto personal de vida –para que este sea coherente, unitario, y convergente
a las metas–, y mucha valentía para abrirse paso contracorriente de la
vida fácil y el consumismo estéril.
“Sólo se merece la libertad y la vida aquel que se
esfuerza por conquistarla cada día” (Goethe). En último término lo que está en
juego en la sociedad es el uso y sentido de la libertad. Existe demasiada gente
entendiéndola en forma individualista y egoísta cuando debería entenderse en
forma comprometida y solidaria.
El líder crea espacios desde su
libertad comprometida para hacer valer las libertades públicas esenciales a una
sociedad.
Si la peor miseria del hombre no es no
tener sino no querer, el líder fortalece su corazón en la
voluntad permanente de hacer el bien y de buscar el bien común, para ser y para
dar, para servir y para comunicar, para participar y ser solidario.
Hoy más que nunca hay que hacer frente
al individualismo egoísta que invade todas las capas de la sociedad, y
desplazar el relativismo moral dominante por una ética basada en principios
naturales y en valores encarnados en virtudes personales.
Bien comprobado tenemos que sin una
ética realista que lleve a una conciencia cierta y recta la sociedad se
desmoraliza y se corrompe. “Sin moral -dice San Agustín en palabras
actualísimas- los imperios, los reinos y principados no son sino empresas de
bandolerismo”. Sin virtudes, el alma del hombre sería desértica como un paisaje
lunar desolador y frío.
El líder debe
conjugar el nosotros de la participación, y poner corazón en lo que hace,
pasión y entusiasmo. Y comprender que el paso de los años lo deben alejar cada
vez más de sí mismo y acercarlo más a los demás.
El líder necesita bucear
en la corriente escondida de su fuerza espiritual y llenarse de un sentimiento
afirmativo, asertivo, para trazar la vertical sobre el negativismo llorón y
desolador. Necesita el líder un poco de la inspiración de los poetas, de
la ternura de los niños y de la locura de los santos.
Y así podrá remover su fondo íntimo y
profundo para hallar la emoción sentida, la ventaja de dar sin esperar
calculadoramente la respuesta en términos de bienestar.
La sociedad no da espera.
No podemos pensar que “después” se podrán arreglar los problemas. Como dice
algún autor “El que se mete en el camino del después acaba en el nunca”. Hay
que correr riesgos. Y “para los individuos y las colectividades, los
mayores éxitos siempre los obtienen quienes saben correr los mayores riesgos
(Thibon).
No olvidemos que el alma del hombre, que
es como un disparo hacia el infinito, da sentido a todo lo que le rodea De ella
surge la fuerza para preferir lo mejor a lo bueno. Para un líder lo que hay que
hacer es lo que parece imposible, pues lo posible ya está hecho.
La construcción del liderazgo se
acendra en la convivencia fecunda y en el trabajo en equipo. Vivimos en una
sociedad en la que nadie se pierde o se salva sólo. Necesitamos por vocación
constitutiva del hombre la presencia de los temas, propósitos comunes, tareas
colectivas. El futuro es impensable sin ese trabajo mancomunado y sin los
mecanismos de participación hechos realidad en la familia, en la empresa, en
todas las instituciones de la sociedad.
Ha llegado la hora de mostrar con obras
que los líderes son más capaces de construir el futuro porque se han atrevido a
pensarlo y rediseñarlo.
Los líderes saben que el cambio de la sociedad
exige ante todo un cambio profundo personal y un tener los pies en el contexto
social para poder construir una sociedad donde la participación, la solidaridad
y los valores éticos son la columna vertebral del bien común.
FLOR MARÍA BELLO TORRES
que buen trabajo te felicito,tengo una opini'on con respecto al tema muy particular siempre he mantenido esta posici'on que hay l'ideres que se hacen por las situaciones que se le presentan yo los llamaria l'ideres ococionales
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